WEMBLEY. LONDRES (INGLATERRA)
Si ha habido un estadio capaz de unificar los mejores sentimientos de todos los aficionados de cualquier parte del mundo, ese ha sido Wembley. La mítica “Catedral” del fútbol mundial fue, durante sus ochenta años de existencia, templo sagrado para todos los que tuvieron el honor de jugar en su césped, más aún para los pocos afortunados que en alguna ocasión subieron las famosas 39 escaleras que separaban el césped del “Royal Box” en busca de un trofeo. En su interior se respiraba fútbol en estado puro, aun con las gradas vacías, ese clima romántico, de otra época mejor, que sólo los murmullos de un campo de fútbol inglés pueden crear.
Se construyó a principios de los años 20, y su primer gran cometido era el de acoger la Exposición Imperial Británica que se celebraría en 1923. De hecho, el nombre inicial del estadio, en todos los proyectos, era el de “Empire Stadium”, o “Estadio Imperial”. Finalmente Wembley adoptó su nombre por la costumbre británica de llamar a sus estadios del mismo modo que la calle o el barrio donde están ubicados (Anfield Road, Highbury, Stamford Bridge u Old Trafford son sólo unos ejemplos). La construcción de Wembley fue coordinada por los arquitectos sir John Simpson y Maxwell Ayerton y por el ingeniero sir Owen Williams. Fueron necesarios 300 días para culminar la obra, que costó 750.000 libras esterlinas. Se utilizaron 25.000 toneladas de hormigón, 1.000 toneladas de acero y más de medio millón de remaches. El terreno de juego medía 105 por 69,5 metros. El centro del campo estaba elevado 25 centímetros respecto a las bandas para facilitar el desagüe. La iluminación artificial se empleó por primera vez en 1955, en el partido de la Copa de Ferias que enfrentó a Londres y Frankfurt, y en el amistoso en el que Inglaterra venció a España 4-1 poco después ese mismo año. Wembley utilizó por primera vez un marcador electrónico en 1963. En 1990 todas sus localidades eran de asiento. Su principal empleo a lo largo de los años fue el fútbol, aunque también es cierto que ha servido como escenario de conciertos y otros eventos deportivos.
En 1948, con motivo de los Juegos Olímpicos de Londres, Wembley se convirtió en Estadio Olímpico. Con la capital inglesa aún convaleciente de los daños ocasionados por los bombardeos de la II Guerra Mundial a principios de los años 40, aquellos fueron llamados los “Juegos de la austeridad”. No se levantaron apenas nuevas instalaciones, y Wembley fue ligeramente remodelado y adaptado a las necesidades. Se construyó alrededor del terreno de juego una pista de ceniza que albergó las pruebas de atletismo. Posteriormente, albergó el Campeonato Mundial de la FIFA en 1966, en el que Inglaterra consiguió su único título, y ya en 1996, la Eurocopa de Naciones, en la que Alemania se alzó con el triunfo final. Además, Wembley fue sede de cinco finales de Copa de Europa, en los años 1963 (Milan 2 – 1 Benfica), 1968 (Manchester United 4 – 1 Benfica), 1971 (Ajax 2 – 0 Panathinaikos), 1978 (Liverpool 1 – Brujas 0) y 1992 (Barcelona 1 – Sampdoria 0). Y lo fue también de dos finales de la desaparecida Recopa de Europa, en 1965 (West Ham 2 -0 Munich 1860) y en 1993 (Parma 3 – 1 Amberes).
En Wembley se jugaron todas las finales de la FA Cup, el torneo más importante de Inglaterra, o al menos el más carismático para la afición inglesa, desde 1923 hasta 2000. La Copa de la Liga inglesa tuvo también su sede final en este campo, desde el año 1967 hasta 2000. Ni que decir tiene que fue el hogar de la selección inglesa durante ochenta años. En él, Inglaterra se proclamó campeona del mundo en 1966.
Muchos son los recuerdos que evoca Wembley a quienes en alguna ocasión tuvieron la suerte de presenciar o participar en un partido de fútbol jugado allí. El mismo día de su inauguración, el 28 de Abril de 1923, tuvo lugar una anécdota que marcaría la final de la Cup que ese día se disputó entre Bolton y West Ham, y que acabó con la victoria de los “Hammers” por 0-2. Lo que ocurrió aquella primaveral tarde de 1923 quedó grabado para siempre en los libros de la Historia del fútbol inglés. Sus protagonistas fueron el capitán general de la policía londinense, George Scorey, y su caballo “Billy”, un caballo blanco que en realidad era gris, aunque las fotografías de la época lo ilustraban en blanco, además de los 200000 espectadores que se amontonaron en Wembley para ver la final. El partido comenzó con cuarenta y cinco minutos de retraso, ya que “Billy” tuvo que desalojar el terreno de juego, cubierto por la multitud, empujando literalmente a la muchedumbre hacia las gradas del coliseo. La final de 1923 sería ya, para siempre, “la final del caballo blanco”.
La primera derrota de Inglaterra en su feudo se produjo en 1928. Fue frente a Escocia, en el segundo partido que enfrentaba a ambas selecciones. Los escoceses vapulearon a su rival por 1-5, en un partido en el que Wembley fue una tumba. Dos años después Inglaterra se tomaría cumplida venganza en el mismo escenario, derrotando a Escocia por 5-2.
En 1953 tuvo lugar el que durante muchos años se ha considerado por la prensa británica, y aún hay quien lo considera, “el partido del siglo”. Inglaterra, los inventores del fútbol, iba a enfrentarse al quizás mejor equipo del mundo en aquel momento, Hungría. Los magyares, capitaneados por un impresionante Puskas, se habían proclamado campeones olímpicos un año antes en Helsinki, y llevaban desde 1950 sin perder un partido. Tenían un bloque impresionante, con Kocsis, Czibor, Hidegkuti o Grocsis, entre otros. El resultado final de aquel partido en Wembley, 3-6, no ofrece lugar a las dudas. Hungría disparó aquella tarde 35 veces al marco inglés, lo que da una idea del baño futbolístico al que fueron sometidos los anfitriones. Puskas logró, en el minuto 24, un gol antológico que ha quedado grabado en la retina de los buenos aficionados al fútbol, tras pisar el balón y echarlo atrás ante la entrada de Wright en el área y lanzar un zurdazo imparable para Merrick. Gyorgy Szepesi, el comentarista húngaro de aquél partido, incluso comentó la posibilidad de colocar una placa en Wembley, que se rindió al juego magyar y homenajeó a los húngaros con ovación, rememorando ese gol. Hungría endosaría a Inglaterra un 7-1 en el partido de “vuelta” en Budapest. Al año siguiente, en Suiza, Hungría se quedó a las puertas de ganar el Mundial. Alemania lo impidió derrotándoles por 3-2 en la final de Basilea.
Pero trece años después de aquella dolorosa derrota ante Hungría, Inglaterra se alzaría con el título de campeón mundial. Al calor de su afición en Wembley, completó un inmaculado torneo, en el que se presentó en la semifinal ante Portugal sin haber encajado un solo gol. Empató a cero en el partido inaugural del Mundial ante Uruguay, y después derrotó por 2-0 a México y Francia. En cuartos de final se vería las caras con una Argentina de lo más duro y racial que se recuerda. En aquel equipo estaban Perfumo, Pastoriza o Rattin, que fue expulsado precisamente en este encuentro. Inglaterra derrotaría a los sudamericanos por 1-0, con gol de Hurst, que tendría un papel estelar en la final frente a Alemania. Pero antes, en la semifinal, Inglaterra eliminaría a Portugal, un equipo temible de la época que, como el club del que mayormente se abastecía, el Benfica, se quedó a las puertas de casi todo. Un equipo comandado por Eusebio, un rematador infalible que terminaría siendo máximo goleador de aquel Mundial con nueve dianas. Eusebio, pese a conseguir batir a Gordon Banks por primera vez en todo el torneo, no evitó victoria de los ingleses por 2-1, y su pase a la final. La final de aquel Mundial fue una de las más apasionantes de todas las disputadas. Aquel 30 de Julio, Alemania se adelantó, pero Inglaterra le había dado la vuelta al marcador a falta de doce minutos para el final. Weber igualó el choque en el último minuto, por lo que fue necesaria la prórroga. En el tiempo de desempate, se produjo una de las jugadas más polémicas que se han visto en un Mundial. Hurst remató a la media vuelta un centro desde la derecha. El balón se estrelló en el larguero, y botó… ¿dentro?. El árbitro suizo Dienst, después de consultar con su asistente ruso Bakhramov, dio por bueno el gol. El propio Hurst haría el definitivo 4-2 a falta de dos minutos, y curiosamente pasó a la Historia no como el único hombre que ha hecho tres goles en una final mundialista, sino por el famoso gol fantasma que aún hoy sigue siendo una incógnita. Boby Moore recogió la Copa del Mundo en el “Royal Box”, el palco de Wembley, en el día más glorioso de Inglaterra. Alf Ramsey era su seleccionador.
Treinta años después, y casi a modo de despedida del mítico campo, la UEFA organizó la Eurocopa de Naciones en Inglaterra, y Wembley iba a ser de nuevo el marco de la final de un torneo de primera importancia. En esta ocasión, Inglaterra no pudo pasar de semifinales, siendo su verdugo precisamente Alemania. Los teutones se enfrentarían a la República Checa en la final disputada en “La Catedral” el 30 de Junio de 1996. El partido pasaría también a la Historia por un dato anecdótico, y es que fue la primera y única ocasión que una final de un torneo de naciones se decidió con el “gol de oro”. Lo consiguió el alemán Oliver Bierhoff, a los cinco minutos de la prórroga, haciendo el 2-1 que le valió a su equipo para alzarse con el trofeo.
Se podrían escribir libros enteros contando todo lo que Wembley ha significado para el fútbol inglés y mundial. En 2002 fue demolido para dar paso a un nuevo y majestuoso estadio, que seguirá plasmando la Historia con mayúsculas del balompié, como lo hizo durante ochenta años el viejo y querido Wembley Stadium de Londres.